-¿Tomamos una cerveza? Muchas veces esta es la frase que muchos hombres utilizan para quedar con un amigo, como si amistad y alcohol fueran inseparables, como si quedar solo para charlar no fuera suficiente y hubiera que tener una excusa para hacerlo, o como si sólo con un puntito de alcohol en sangre pudiera ser más fácil que un hombre se abra a otro hombre.
Un tópico. Y como éste hay muchos. Que si los hombres no tienen relaciones emocionales entre ellos, que si los hombres no cuidan a sus amigos, que si no saben tener intimidad, que si los hombres no saben relacionarse sin mantener cierta distancia emocional entre ellos...
Las formas de proximidad y distanciamiento, de relaciones superficiales o relaciones profundas entre los seres humanos son muchas y variadas, entre hombres y entre mujeres. Y entre hombres y mujeres, claro. Sí, los hombres pueden ser extremadamente distantes y superficiales. Y las mujeres también. En nuestro caso, la coraza patriarcal aflora de forma automática en muchos momentos porque los hombres han traspasado de padres a hijos desde hace generaciones que mostrar las emociones y las vulnerabilidades es ser débil. Esta coraza patriarcal es nuestra prisión de género, un espacio de sufrimiento profundo, muchas veces inconsciente.
Los hombres y mujeres arrastramos un inmenso e íntimo deseo de compartir y comunicarnos con los demás, especialmente con nuestros congéneres con quienes nos sentimos identificados. Quizás las mujeres han tenido menos presión para conseguirlo, pero no es necesario ser un hombre en reconstrucción, si esto existe, para estar dispuesto a abrirse a otro hombre. Incluso los espacios muy masculinizados y testosterónicos están llenos de hombres que desean y necesitan íntimamente explicar quiénes son y cómo viven, hablar de soledad y de parejas, de hijos y de sexo, de fútbol y de los padres a los que hay que cuidar, de logros y frustraciones... hablar de lo que llevan dentro, que arrastran por dentro. Y en los cafés, en los gimnasios o en los parques hay hombres que charlan con sus amigos de estas cosas con las que todos se identifican cuando logran vencer el vértigo de su vulnerabilidad.
Cuando la historia de la humanidad se escribía según la ley del más fuerte y el hombre ocupaba la esfera pública del poder y la fuerza, y la mujer ocupaba la esfera privada de los cuidados, el hombre estaba condenado a no poder enternecerse. Esto ya no es así y los hombres cada vez más se emocionan, abrazan, lloran, atienden los cuidados, comparten emociones, aceptan errores, cocinan, empatizan... se sienten mejor consigo mismo y crecen como personas con mayor equilibrio. Las amistades entre hombres son muy habituales para estas y otras confidencias. Hombres que comparten roles y que actualizan su masculinidad sin saberlo. Al igual que las mujeres.
La amistad puede llegar a ser una forma de amor más desinteresada dado que a menudo no tiene una contrapartida sexual. El amor entre amigos se acerca mucho más al amor-camaradería que Alexandra Kollontai propugnaba como ideal. Sin querer idealizarlo demasiado, este tipo de amor nos enseña a salir de nosotros mismos y conectar con las necesidades del otro. Es decir, salir de nuestro narcisismo y egoísmo masculinos y practicar la empatía.
La amistad entre hombres puede ser una poderosa arma de transformación social, dado que la enemistad entre hombres, la desconfianza hacia los demás y la rivalidad están en la base de las guerras y la violencia. Pero por eso es necesario seguir impulsando un cambio radical, que los hombres podamos hablar en primera persona y de lo que nos preocupa sin tapujos y sin fantasmadas delante de nuestros amigos. Si exponemos nuestras vulnerabilidades frente a los amigos cambiaremos las relaciones sociales. Es decir, cambiaremos poco a poco la sociedad en la que vivimos. Con cerveza, o sin ella.
Grup Arxipèlag de reflexió sobre les masculinitats – Homes Igualitaris
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